sábado, 14 de septiembre de 2013

Demian, la voz del destino


Se dice que en el tiempo que dura toda una vida, uno llega a conocer verdaderamente sólo a una única persona: Uno mismo. El camino es muy dificultoso, es arduo hasta el cansancio o la locura. Pero si uno tiene en claro cuál es su sueño, el camino se torna más fácil y claro. En el trayecto hacia uno mismo siempre hay dos lados bien diferentes, distinguidos uno del otro: el lado luminoso y benévolo y el oscuro y maldito. Sólo hay que ser valientes y tener el coraje suficiente para ver directo a los ojos del propio destino personal, que se para a hacernos frente al doblar una esquina cualquiera, que no es tan cualquier esquina. Porque aunque no nos demos cuenta, cada uno de nosotros nace con un destino fijo predeterminado, marcado en su interior, es imposible hacer oídos sordos y huir, es imposible definitivamente librarse de ello. Aunque uno lo intente. Nada es casual. Las casualidades no existen. Todo está predeterminado, quizás por ese lado oscuro y malévolo que es también el luminoso y benévolo, dos en uno, y uno en todo al mismo tiempo, en todos lados. Claridad y oscuridad, seguridad, cobijo y abismo, hombre y mujer, niño pequeño o joven adulto, madre o amante, abraxas, el destino. Y tampoco es casualidad cruzarse en el camino con cierta gente que camina bajo la señal de su signo. El signo interior, la marca de Caín marcada en la frente. Gente que forma parte del destino de uno, gente que acompaña a uno, en el largo y difícil camino de llegar a conocerse a uno mismo. Porque todos los caminos conducen al mismo lugar: a seguir los sueños propios sin nunca abandonarlos, a creer ciegamente en lo que se quiere para obtenerlo, a enfrentar al destino mirándolo fijamente a los ojos desafiantes llenos de valentía, y después de transitar largos caminos llegar a destino: retornar al mismo punto de partida, uno mismo. Porque después de todo es el propio destino que nos pone allí, en el lugar en donde nos encontremos, nos guía y nos impulsa a descubrir lo que desconocemos. Porque no hay nadie que esté donde no deba estar.


Breve publicado en la edición núm. 24 de la revista literaria Granite and Rainbow.


domingo, 26 de mayo de 2013

“La temperatura en la que los libros arden…”



    Un futuro inimaginable es posible. Lo inverosímil nos acecha. Ese extraordinario e impensable futuro lejano nos espera a la vuelta de la esquina. Un futuro lejano que se parece bastante a nuestro presente frente a un espejo. Cuesta creer lo distinta que será nuestra sociedad en un futuro lejano, a tal punto que será irreconocible. Personas que vivan en una completa irrealidad, embobadas frente a pantallas gigantes de televisión y sus programaciones idiotas, pantallas tan gigantes como paredes enteras; personas que creen ser y vivir felices sin siquiera conocer la definición de esta palabra. En definitiva una fría sociedad sin cultura, que vive en un mundo en donde los animales son feroces robots entrenados para matar, y en donde los bomberos ya no se dedican a apagar incendios, sino que los provocan, intentado hacer desaparecer todo vestigio de literatura, filosofía, ciencia, cultura, y todo aquello que provoque a las personas pensar por ellas mismas. Los libros arden, en éste lugar, donde se descansa de día y se trabaja y se buscan aventuras de noche, donde existe un bombero, que contiene en su interior,  la chispa que encenderá la llama de la curiosidad, que arderá y se propagará. Él se propone descubrir verdades que hagan cambiar al mundo, buscando aliados que lo ayuden a seguir, a pesar de su infortunio. Ese futuro inimaginable nos acecha y nos espera en nuestro propio presente, a la vuelta de la esquina, espera que entremos a nuestra librería más cercana, y nos decidamos a sumergirnos dentro del mundo que nos describe Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”. Simplemente excelente e imperdible.

By:  Roxana Contreras.

*  Breve publicado en la edición nº 23 de la revista literaria Granite and Rainbow.

El Diario de Ana Frank
Por Roxana Contreras

Holanda durante la Segunda Guerra Mundial y un “anexo” secreto. Entre un grupo de ocho refugiados judíos, la joven Ana y su experiencia de vida.



Ana era una chica con la que solo unos pocos nos podemos sentir identificados. Una niña que se libró de lleno a una lucha interior y peleó consigo misma para llegar a ser cómo ella quería ser, siempre sin perder de vista su objetivo y teniendo bien en claro sus elecciones. A Ana le tocó vivir en una época oscura y terrible de la historia de la humanidad, como a millones de personas. Una época amarga que de a poco fue arrebatando y destruyendo tantos sueños e ilusiones. Tuvo que reunir mucho valor para enfrentarse a lo que todavía no conocía del todo, y demostró ser un verdadero ejemplo de fortaleza y razonamiento.
De un día para el otro, sus días soleados rodeada de amistades y afectos, en la escuela y en la calle, su familia y su acogedor hogar, sus salidas, sus divertimentos y sobretodo su adorada libertad, se terminaron. Todo fue cambiando. Ciertas situaciones y el enfrentarse a ellas, hacen cambiar a las personas. El entorno, a veces, nos convierte en algo que no deseamos, simplemente nos transforma, para bien o para mal. Ana dejó de ser, a través de su experiencia personal, la chiquilla risueña y charlatana, a la que su profesor de matemáticas, en la escuela primaria, la mandaba a escribir composiciones sobre “una parlanchina incorregible”, como castigo por hablar mucho en clase. Profesor que luego se limitaba a bromear sobre sus “eternas charlas”. En un tiempo en donde la “libertad estaba estrictamente limitada”, Ana se convirtió, poco a poco, en una niña con “la cabeza llena de cosas tristes”. En su encierro, Ana se volvió un ser sumamente razonable. Porque allí había que serlo siempre. “Hay que aprender a escuchar, a callar, a ser amable, a ayudar y a quién sabe qué más.” “Temo que abusan de mi cerebro ya de por si poco brillante, y que no quedará nada de él después de la guerra”- Se decía para sus adentros.
Era sobretodo el silencio lo que la crispaba, por la tarde y por la noche. No podía expresar la opresión que experimentaba por el hecho de no salir nunca y tenía muchísimo miedo de que fueran descubiertos y fusilados. Ana pudo presagiar su destino final y el de su familia, aunque no quería verlo, y nunca hubiera querido que eso sucediera, porque ella aún conservaba su nítida esperanza, la esperanza de ver sus anhelos realizados. “A veces pienso que Dios quiere ponerme a prueba, no sólo ahora, sino también más tarde, lo principal es mejorar por mi propio esfuerzo, sin ejemplos ni sermones, para después ser más fuerte.”
Ante lo atroz de la vida, Ana era la niña que pensaba que “podríamos cerrar los ojos ante toda esa miseria, pero pensamos en aquellos que queremos, temiendo por su suerte, sin poder socorrerlos.” Con los ojos y la conciencia bien abiertos hacia la realidad, soportando golpe tras golpe, horrendas noticias unas tras otras, o solo el asomarse a una ventana, para contemplar hasta que punto llega la adversidad humana. Ana no cierra sus ojos ante la realidad, pero no pierde la esperanza, de que todo cambie y la guerra termine pronto. Busca llenar sus días, distrayéndose, haciendo sus quehaceres cotidianos, leyendo y estudiando, pensando a veces que “las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”, en un mundo donde “leer, aprender y la radio es toda nuestra distracción” para llenar el tiempo. Para escapar de la atroz angustia que a veces, de golpe, la invadía, Ana se recostaba en el diván “para que el sueño acorte el tiempo, el silencio y la terrible angustia.” Porque “no queda otro remedio.”
Ana, la chica que temía porque el entorno destruyera su cerebro, que odiaba que los demás se pelearan por naderías, y prefería evitar cualquier discusión, era la misma que avasallada por la situación, se deshacía en lágrimas por las noches en soledad. Cansada de ser el blanco de todos los sermones, sabía reflexionar mejor que todos los adultos que la rodeaban, y se mostraba, para sus adentros, sabía en sus convicciones. A veces callaba, ocultando sus ideales ante los ojos de sus padres sabiendo que ellos no la comprenderían. Se preguntaba si “habrá padres capaces de satisfacer enteramente a sus hijos?”, observando el trato que sus padres tenían para con ella y su hermana, y el de los padres de su adorado amigo Peter para con él. Aprendiendo a lidiar con las adversidades de la vida, superando las pruebas difíciles, ella mejor que nadie se conocía a sí misma, reconocía sus defectos, como así también sus virtudes, y ella sabía mejor que nadie, cuanto empeño ponía en corregir sus errores y defectos, por cambiarlos y convertirlos en virtudes, porque ella misma también sabía que “no es nada fácil ser la figura central de todos los defectos en una familia hipercrítica”. Ana era la niña que se refugiaba mirando  los árboles, el cielo y las estrellas, se refugiaba en la Naturaleza, porque era allí donde encontraba un inigualable consuelo y en donde su esperanza también se resguardaba, porque a pesar de todo, ella intentaba no ver la miseria que había “sino la belleza que aún queda”.
Aparte de encontrar refugio en la Naturaleza, en sus afectos y en sus nobles sentimientos, Ana se refugiaba en su diario. Allí dejó plasmado todos sus pensamientos y sentimientos, todas sus ideas e ideales, para más tarde darlos a conocer a todo el mundo, sin siquiera ella saberlo. Soñaba con llegar a ser periodista o célebre escritora, no quería ser una simple ama de casa, quería escribir, una vez que la guerra terminara, una novela sobre el anexo. Temas e ideas no le faltaban. Dejó sobrada muestra de su talento innato para la escritura, para la reflexión, y para informar e informarse sobre la situación actual política, económica y social de su país y alrededores. Aún así sentía que todavía tenía mucho por aprender y hacer, y se dormía con “esa sensación extraña de querer ser diferente de cómo soy, o de no ser como yo quiero o de proceder tal vez de manera distinta a como querría ser o como realmente soy.” Intentando mejorar todos sus aspectos negativos, Ana nunca dejó de refugiarse, en sus afectos, en la naturaleza, en su diario y su escritura. Porque al escribir se olvidaba de todo, sus penas desaparecían y su valor renacía. Agradecía a Dios por su don de poder escribir y expresar lo que pasaba dentro de ella, y se preguntaba si algún día sería capaz de escribir algo perdurable, pero tenía la certeza interior de que sí, algún día lo lograría, porque lo deseaba ardientemente y porque al escribir captaba sus  pensamientos, ideales y fantasías perfectamente. Quiso el destino que el mundo conociera su legado, y hoy podamos leer su diario, donde podemos conocer su experiencia, su palabra, su talento y donde la vemos y conocemos, como ella quería, así tal cual era, con sus defectos y virtudes, y nos deje una huella marcada, y así siga a través de nosotros, cada uno de sus lectores, “tratando de buscar la manera de llegar a ser aquella que tanto querría ser, aquella que podría ser, sino hubiera otras personas en el mundo.”

*  Artículo publicado en la edición nº 23 de la revista literaria Granite and Rainbow.



domingo, 10 de febrero de 2013

Buenos Días, Ira


Un paseo por la vida de la autora Françoise Sagan y de sus personajes para adentrarnos en la historia de “Bonjour, Tristesse” y ser atrapados por un placer vacío que provoca una onda tristeza, siendo testigos de cómo su joven protagonista combate monstruos que inventa su propia sin razón.

  

            Un cambio de voz para un mundo de post-guerra. Escándalos que abren puertas y le permiten, con la publicación de su primera novela, hacerse un lugar seguro dentro de la Literatura Universal y desde allí empezar a trazar un camino tratando, como sólo ella podría hacerlo, sus temas favoritos, entre los cuales se destacaban: la vida fácil, los coches rápidos, las residencias burguesas, el sol, una mezcla de cinismo, de sensualidad, de indiferencia y de ociosidad –los cuales se convertirían en un sello personal de toda su literatura.  Era el año 1954 cuando la directora de la revista Elle le encarga a la joven Françoise hacer una serie de artículos sobre las diferentes ciudades del sur de Italia para la revista. De este modo inicia una serie de viajes, recorriendo dicho país, que da origen a su sección de artículos titulada “Buenos días, Venecia”, “Buenos días, Nápoles”, etc; según la ciudad que le tocara visitar y dedicar su artículo. La palabra que se convirtió en una característica representativa de la autora, dio origen al título de su primera obra “Buenos días, tristeza”.
            Contando con tan solo 18 años de edad, Françoise Sagan publica “Bonjour, tristesse” en 1954. Para poder publicarlo necesitó contar con la autorización de su padre y usar algún seudónimo, el cual encontró en “En busca del tiempo perdido” de Proust. “Buenos días, tristeza” representa una ruptura temática con el ambiente de postguerra de su país natal. La publicación de su primera novela envolvió a Françoise en la polémica y el escándalo. El revuelo se vio provocado por el mundo distinto que Françoise pintaba con sus palabras y por el enfoque en temas como: La belleza, los amores, la sensualidad, el hastío, y la ira entre otros. En el libro no se hace referencia alguna a los acontecimientos históricos recientes de aquellos años, ni mención de los miles de caídos que dejara el paso de la Segunda Guerra Mundial. Además, se sumaba a la polémica el hecho de estar narrado por una mujer y además adolescente. Motivos más que suficientes para despertar el escándalo por mediados de los años cincuenta. Y como el escándalo despierta curiosidad, su primera publicación fue todo un gran éxito de ventas.
            Una joven adolescente víctima condenada al escándalo. No resulta difícil encontrar a Françoise en Cécile, una de sus principales protagonistas. Cécile está hecha a imagen y semejanza de su creadora. Comparte vicios con la escritora, aunque la segunda le gane de mano en este aspecto. Su propia forma de ser, de pensar y sentir influye en las características asignadas a sus rutinarios y transparentes personajes. Françoise sentía, al igual que Cécile, una terrible afición por las fiestas extravagantes. Comparte con Elsa, su adicción a los casinos. Elsa, en la novela, es una pobre afortunada en el juego pero desgraciada en el amor. A Françoise, su adicción a los juegos la hizo saborear momentos dulces y amargos. Primero, logrando construir una mansión en Normandía con lo que había ganado jugando a la ruleta; y segundo, sufriendo importantes quiebras financieras y derrochando gran parte de su fortuna. Así era Françoise, dejando algo de ella en cada uno de sus personajes. Una joven adolescente que se propone disfrutar a pleno de la vida sin preocupaciones, al igual que Cécile. Amante de los límites y los excesos, Françoise tenía una fuerte debilidad que la inclinó hacia el camino del alcohol y las drogas. Unos años más tarde, sufre un grave accidente automovilístico, el cual le causaría serias consecuencias: Su acercamiento a la morfina. Hecho que la conduciría a esa fuerte debilidad que la inclinó hacia las drogas, de las cuales jamás se libraría. Sucedió en el año 1957, un año antes de que su novela fuera llevada al cine de la mano del director Otto Preminger. Víctima de sus adicciones, en Octubre de 1985, tras su visita al Presidente Mitterrand, tuvo que ser internada en grave estado por una sobredosis de cocaína, que afectó seriamente a su sistema respiratorio. Pese a los altibajos de su vida, Françoise nunca perdió “los tres aspectos esenciales de su personalidad: su sensible condición humana, la lucidez de su inteligencia e imaginación y su envidiable capacidad de trabajo acreditada por la producción de novelas, teatro, canciones, dirección de películas, artículos, reportajes y algunos libros sobre temas diversos.” Los temas que interesaban y que trataba Françoise en sus novelas sirvieron de inspiración a muchos jóvenes escritores de diferentes lugares. “Eran reiterativas sus alusiones a la buena vida, a los carros de alta velocidad, al mar y las playas, al estilo burgués de vida y al ocio y la sensualidad.”
            La novela describe los juegos de una sociedad burguesa y acomodada, en donde se va tejiendo la telaraña de conflictos que atrapa y deja caer a sus personajes en la trampa de la ira. Sus protagonistas: Cécile, una joven adolescente de 17 años que egresa de un internado religioso para reencontrarse con su padre. Raymond, un viudo cuarentón bien galante, amante del lado ligero y liviano de la vida y de las mujeres sobre todo. Elsa, una chica encantadora, algunos años menor que él, muy simpática y divertida que rápidamente se hace muy amiga de Cécile, con quien compartirían muchas complicidades arriesgadas a lo largo de la historia. Anne, una mujer madura y refinada, galante y de muy buenos modales, una mujer con una cultura elevada y educación brillante; cuya distancia, frialdad e indiferencia opacan su costado más humano.  

            La llegada de una carta interrumpe la deliciosa felicidad de la que gozan Cécile junto a su reencontrado padre, Raymond y su amante de turno: Elsa. Un feliz verano que comienza, poco a poco, a desfigurarse tras el veneno desparramado del enojo y la furia, que acecha en los bordes de una desfortuna no premeditada que aguarda a punto de caer. Algunos de los personajes se convierten en víctimas desafortunadas de su propio enojo, algunos con motivos aparentes y otros sin razón de ser: Primero Elsa, luego la joven Cécile. La madura y refinada Anne viene a quebrantar el orden de las desordenadas y libertinas vidas de Raymond, Elsa y Cécile. Anne versus Elsa: Con sus virtudes y defectos, con sus diferencias de edad y de experiencias vividas, con sus diferentes formas de pensar y estilo de vida, con sus distintas características personales y carácter; la balanza en Raymond comienza a sopesar y a desbaratarse.
            Entre medio de un manojo de opiniones y sentimientos ardientemente contradictorios hacia Anne, Cécile no sabe si alegrarse o entristecerse, si entusiasmarse o apenarse, si complacerse o deprimirse ante la presencia de Anne. Cécile con sus apenas 17 años comenzaba a mirar el mundo que la rodeaba, su mundo tan particular, sin saber, sin siquiera notar que su feliz mundo personal se derrumbaría ante sus propios ojos incrédulos. Envuelta en ataques de ligera agitación, Cécile se debate consigo misma, combatiendo a los monstruos que inventa su propia sin razón. Celosa, pelea por conservar intacto el amor que siente hacia su padre, y el que él siente por ella. Eternos cómplices confidentes y compinches en todo. Un fraternal amor particular, entre padre e hija, capaz de desatar severos enojos por cosas inofensivas. Cécile pelea por mantener las cosas en su lugar, como estaban antes, contra cualquier cosa o persona que se atreva a alterar el desordenado orden de sus vidas. Entre medio de sus ataques fugaces de enojo contra Anne, producto de amargas, violentas y fastidiosas discusiones con ella, Cécile comienza a gestar sus novelescos planes y estrategias para volver la vida de Raymond y Elsa, su apreciado Cyril y ella a la normalidad, a lo que era antes, antes de Anne. Cécile se siente sola enfrentándose a una íntima guerra interna librada secretamente en su contra.
            Amores encontrados que intentan ser separados o destruidos, amores verdaderos o falsos, amores incompletos o quebrados, como así también el miedo, miedo al aburrimiento, miedo a la estabilidad, miedo a vivir una vida tranquila son algunos de los sentimientos que despiertan un enojo incontenible, que van de lleno a estrellarse contra todo nuevo cambio para detener su avance, y desatan, poco a poco, una furia incontrolable y creciente en los distintos personajes de la novela. Placeres vacíos que provocan una onda tristeza. Ya nada puede vencer la furia desencadenada de Cécile, dominada por una fuerza invisible contra todo nuevo cambio que la enfrenta a la vida. Una fuerza de impulso, sin una fuente de origen clara, es la causante de la eminente desgracia que caerá, por culpa de los brotes de enojos desencadenados, sobre Cécile y Raymond. Ya nada volvería a ser como antes había sido. Después de Anne, ya nada sería igual.
            Todo aquello por lo que tanto luchaba y defendía Cécile quedaría hecho polvo, y desaparecería, formando parte de la insignificante nada. Una furia cegadora sin motivos aparentes es la causa de “ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura obsesionan”, al cual Cécile duda “en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza.” Ese punto final en la historia, es el desencadenante de ese sentimiento desconocido tan total y egoísta que produce vergüenza. Cécile siente que algo la envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándola de los demás. Es la voz de Cécile, que a través de sus pensamientos, permite al lector meterse en su piel y revivir ésta trágica y triste historia, originada por las fuerzas invisibles de un cruel enojo sin causa. Son las semillas de la ira que van germinando en el interior de los protagonistas de esta novela, generando impulsos descontrolados que los arrastran a la desgracia y a la condena eterna de padecer de tristeza. 

Por: Roxana Contreras.

Artículo publicado en la edición nº 17 de la revista literaria “Granite and Rainbow”.




sábado, 9 de febrero de 2013

Mi vida

 


Por Roxana Contreras

Mi vida
De Antón Chéjov


 “…Nada pasa sin dejar una huella tras nosotros, y cada acto nuestro, incluso el más insignificante, ejerce determinada influencia en nuestra vida presente y futura.”



¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por lograr hacer lo que realmente te gusta? ¿A cuántas cosas estarías dispuesto a renunciar por tener la absoluta libertad de elección en forjar tu propio destino? Estas son algunas de las cuestiones que se podría haber planteado de antemano Misail, pero no, sin siquiera meditarlo, se propuso directamente romper las cadenas que lo unían al poder paterno para alcanzar su libertad. Tan sólo eso, el primer paso. Entre las lejanas ciudades de Dubechnia y Kurilovka, situadas en Rusia, lugar que “según nos aseguran los libros de historia, comenzó a existir en ochocientos sesenta y dos”, y en un tiempo en el que la Rusia civilizada todavía no existía, digamos a finales del siglo XIX, de acuerdo con la opinión del autor, es allí entre ese tiempo y esos lugares que Misail emprende su conquista, sin dejar de experimentar amargas y dulces situaciones. Habiendo cambiado ocho veces de empleo, empleos que se parecían unos a otros como gotas de agua y yendo de discusión en discusión con el autor de sus días, “el origen constante de disgustos y de bochornos” no se quedaría atrás, él no sería menos, de todas formas se las ingeniaría para llegar a ser Alguien, desafiando todo límite.
Antón Chejóv (Taganrog, Rusia 1860- Badenweile, Alemania 1904) en “Mi Vida”, nos relata e ilustra magníficamente “la vida cotidiana de hombres vulgares sujetos a un destino mediocre”, y en ello reside la grandeza de su obra. Amante de la amistad, del alcohol y de las mujeres, odiaba a la “vulgaridad”, la mentira y todo lo que humilla al hombre. Y lo demuestra a lo largo de esta historia camuflándose detrás de sus personajes y en las acciones, pensamientos y opiniones de éstos, con la majestuosidad que sólo poseen los grandes maestros de la Literatura Universal. Antón Chejóv, a quién la malísima situación económica que atravesaba su familia lo obligó a dedicarse a las letras por pura necesidad monetaria, enviando sus escritos, primero, a revistas humorísticas, para luego adentrarse en el mundo de las revistas literarias de la época. Chejóv a quién, más adelante en el tiempo, el hambre y el cólera lo obligaron a trabajar para lo que se había formado, desempeñándose  como médico. Vivió muchos años en el campo donde gozó de una gran popularidad y cariño de su gente para la cual hizo construir carreteras y escuelas. Criticado y atacado por la prensa, querido y admirado por la gente que lo rodeaba,  ese es el mismo Chejóv que se refleja en el retrato o en los pensamientos y opiniones de sus personajes, es el mismo que vemos cuando los miramos a ellos.
Si nos sumergimos de lleno en esta historia nos encontraremos con Misail, un hijo implorando comprensión, pidiendo ser comprendido y respetado al igual que sus ideas y proyectos, tratando de decidir el mejor modo de ordenar la vida; y a un padre autoritario reclamando por el respeto de sus gloriosas tradiciones familiares, velar por el honor relegado de sus gloriosos antepasados, imponiendo a su hijo un camino, el buen camino que un noble hijo de una honorable, rica y distinguida familia de decadentes y grises arquitectos debería continuar, respetando las tradiciones de generación en generación. Es éste el mismo hijo de una respetable familia quien decide romper las cadenas que lo atan a su pasado familiar y abrir una nueva línea a seguir, forjando su propio camino, su propio destino contagiando de ideas a los otros, a los que lo rodean. Es ese mismo quien decide convertirse en un simple obrero, un simple trabajador a pesar de su nobleza heredada, quien se había convertido para su amada en no más que un “cochero que la había transportado de una etapa a otra de su existencia.” Tanto Misail como su eterno amor, María Victorovna, unidos en la lucha por una causa común, en “un odioso rincón provinciano, poblado por seres mezquinos y vulgares”, luchando contra “el mal que reina en la aldea: la ignorancia, el hambre, el frío, la degeneración.” Una aldea en donde uno puede llegar a indignarse cada día un poco más con sus habitantes o llegar a odiar con toda el alma. Habitantes sumergidos en un pueblo en donde “la mayor parte eran hombres nerviosos, irritables, ignorantes, de imaginación estrecha, de horizontes muy limitados. Todos sus pensamientos giraban en torno a la tierra negra, al pan negro y a su vida gris. Con toda su astucia y su mala fe, no sabían hacer el más sencillo cálculo aritmético. Se negaban a trabajar por veinte rublos, por juzgar el precio demasiado exiguo, y consentían en trabajar por medio cántaro de vodka, aunque con los veinte rublos podían comprarse cuatro cántaros… Los campesinos vivían como cerdos, se emborrachaban, eran a menudo estúpidos, engañaban al prójimo, y sin embargo, se advertía que en la vida campestre había una base sólida, real, una base de que carecía la vida ciudadana. Viendo al campesino trabajar la tierra, olvidaba uno su estupidez, sus borracheras y descubría en él una gravedad, una importancia… aquél campesino sucio, bestia y borracho aspiraba a la justicia, tenía la convicción profunda de que sin justicia la vida es imposible.”
María, luchadora incansable en contra de la ignorancia y a favor siempre de la cultura y el arte. “-Sí, el arte… Lo único es el arte. Sólo él dota al hombre de alas, le levanta sobre la tierra y le lleva muy lejos. Quien está cansado de ver en torno suyo la suciedad cotidiana y las preocupaciones mezquinas, quien se siente ofendido, indignado por la prosa de la vida, puede hallar el reposo y la satisfacción en el arte, en lo bello…” Encargada de la edificación de la escuela para la gente de su pueblo, gente a quienes solo les interesaba causar grandes inconvenientes, como invadir un terreno ajeno y usarlo para dejar tirados sus carros y herramientas y haciendo pastar allí a sus caballos; generar graves problemas y discusiones y pedir mucho dinero (a cambio de poco y nada de trabajo) que luego gastarían en alcohol, acrecentando la impaciencia, odio e indignación de María, desgastando poco a poco la buena fe que dentro de ella quedaba.
Cleopatra, la sumisa e inocente hermana de Misail, interesada en demostrarle a su padre que ella es muy capaz de protestar contra la tiranía a la que él ha querido someterla, bajo la influencia de su adorado hermano, experimentaba el dulce despertar de su mente y espíritu. Una sencilla ama de casa, encargada de vigilar a los sirvientes, supervisar los quehaceres domésticos y controlar que no se gaste demasiado azúcar; convertida en una amanerada y ridícula suerte de actriz sin talento en lo absoluto, una errante y sufrida madre soltera abandonada a la suerte, abandonada por su prometido arrepentido y egoísta, sediento de ambición, ambición por una carrera que forjara un futuro mejor para sí mismo, con alto status social y dinero con el que contar hasta para no saber en qué despilfarrar.
Porque según las costumbres de la vida, para los campesinos rusos de finales del siglo XIX, “cada hombre debe permanecer en la clase social donde ha nacido. Desgraciado de aquél que quiere rebasar los límites que le han sido designados al nacer.” Quizás sea por intentar desafiar los límites del prejuicio y la superstición, por desafiar lo establecido y buscar el cambio, abrir otras puertas, elegir esa otra opción que los llevara por el camino del bien, que Misail y Cleopatra decidieron cambiar el rumbo, siendo cada uno autor de su propio destino, acarreando el peso de las consecuencias y sus desgracias, porque no hay ninguna fuerza capaz de impedirnos decir francamente lo que pensamos y actuar con total libertad de elección. Rodeados de seres crueles y avariciosos que vivían en la misma oscuridad del alma que hace siglos, soportando la monotonía de sus vidas limitadas, dejándose llevar por sus instintos de bestias. Después de todo lo vivido en años, después de todo lo experimentado a través de la lectura de la vida de todos los personajes que desfilan por esta historia, cabe preguntarse: “¿Qué influencia había tenido en ellos todo lo que había producido la cultura? Seguramente ninguna. ¿Y qué influencia había tenido en Misail, Cleopatra y María todo el camino recorrido? Seguramente mucha. Y eso es lo que marca la diferencia.


Artículo publicado en la edición nº  19 de la revista literaria “Granite and Rainbow”.




El envidioso mundo duplicado


Londres, Inglaterra, siglo XIV. Siguiendo el rastro que destila la pluma de Geoffrey Chaucer a través de los tiempos, nos adentramos en “Troilo y Crésida” para palpitar junto a sus personajes una historia envuelta en el fuego de una pasión eterna.

 


Me gusta imaginar la sensación de cómo sería viajar a través del tiempo. Ser una eterna pasajera en constante movimiento, sumergida en esa abismal travesía. No física, pero sí mentalmente, suelo transportarme en las alas de la imaginación hacia diversos tiempos y lugares. Imaginar cómo sería haber estado allí, en ese lugar, en esos momentos, en ese  determinado período de tiempo, pasado pero aún real. En éste momento, viajo a través de la lectura de “Troilo y Crésida”, a través de las palabras de quien se convirtiera en “el padre de la lengua inglesa moderna”, al demostrar a través de sus escrituras la legitimidad artística de dicho lenguaje, en una época donde todavía prevalecían, en su ciudad, el uso del Latín y el Francés. Su lectura me transporta exactamente al año 1385, al Londres de la Inglaterra medieval del siglo XIV.   Imagino al “padre de la poesía inglesa” desempeñando sus tareas, en su puesto de controlador de aduanas del puerto de Londres, asaltado por la luminosidad de la inspiración que le dio el impulso de comenzar a sumergirse en la creación de una de sus obras más importantes, no sólo por su calidad literaria, sino también por sus personajes y su manera de retratar, a través de ellos,  a las personas reales de clase media, que lo rodeaban y que habitaron junto con él, aquéllas tierras en épocas medievales.
Mujeres que prometen reservar su amor eterno, un amor que sin querer se distrae y fácilmente pierde su camino, y así su bienaventurado destino. Mujeres encerradas entre las paredes de su propia rutina. Una rutina que fue cambiando con los años. Mujeres y rutinas custodiadas por las febriles y celosas miradas masculinas, que se creen capaces de maniobrar todo asunto a su libre antojo, bajos sus propios intereses, sin notar que algo se les puede ir de las manos. Antes como ahora, ayer como hoy, una eterna pasión, que bien podría ser actual, se reitera infinitamente formando y retroalimentando su propio círculo vicioso. Hombres y mujeres, como los de hoy en día, o como los de ayer, enfrentándose a sus sentimientos más pasionales, aquéllos que los desbordan y los hacen víctimas de sus propios actos, con o sin arrepentimientos. En la lectura de “Troilo y Crésida” vamos a encontrar hombres y mujeres, como los de hoy, como los de ayer y como los de más allá a lo lejos, personas reales convertidas en personajes principales de una trama enredada bajo la mágica pluma de Chaucer, esa que es capaz de transportarte a un tiempo hacia otros espacios, como si uno estuviera ahí mismo, viviendo en carne propia lo que Chaucer nos relata, como un personaje más, un espectador extra en el trasfondo de esta atormentada historia.
Personajes pertenecientes a  la mitología griega que emergen y se transforman bajo la pluma de quien los escribe y retrata, cambiándoles parte de su historia o destino final. “Troilo y Crésida”, de la mano de Geoffrey Chaucer (Londres, 1340/43-1400), fue considerada como la primer “novela” inglesa, no sólo por su extensión, sino también por la complejidad de la trama que plantea ésta trágica historia y el tratamiento que reciben sus protagonistas, a través del cual podemos percibir y entender las diferentes psicologías de las que están compuestos dichos personajes. Ésta es una historia que, hoy en día, puede estar abandonada en un rincón del olvido para algunos, o siendo desconocida para el que todavía no la haya leído, es como una de esas cosas, que según Chaucer, está por venir, y todo lo que está por venir, viene por necesidad y figura en el mapa del destino su eventual advenimiento.  Todo lo que está por venir, tiene  que ser, por el solo hecho de ser necesaria su existencia o llegada.
Esta historia no puede quedar en la postergación, ni oculta tras el polvo del olvido en un cajón añejado, vale la pena sumergirse y deleitarse con las palabras de Chaucer, el poeta inglés más importante de la Edad Media, quien realizó un gran aporte al desarrollo del idioma inglés y con la calidad literaria de sus obras, afianzó las bases de la literatura inglesa. Palabras que lo invitan a uno a viajar, a rescatar del olvido y reconstruir viejos mundos olvidados y deshechos, que sólo se pueden presenciar, tan singularmente, en la propia imaginación. Chaucer, con sus palabras, teje un puente que nos transporta, situándonos en un trasfondo de guerra. Troya. Los Griegos invaden la antigua  ciudad de Troya, pronto a ser destruida, según el profético visionario Troyano Calchas, padre de la bella Crésida.
A lo largo de la historia, narrada en forma de extenso poema, afloran sentimientos que se transforman en piedras, piedras en el camino que condimentan la trama. El deseo deshonesto, la tristeza o irritación, producidos en diferentes personajes, por el deseo de la felicidad ajena, el deseo de poseer lo que no se tiene. La envidia, ese sentimiento tan vil, que  embriaga y nutre a la vez, a diferentes personajes, en ésta desdichada historia, causado por variados motivos que en el fondo son una misma causa. La envidia toma a sus prisioneros, quienes poseídos por éste pecado, parecieran no controlar su propio obrar, dejándose llevar por una fuerza superior que los impulsa a actuar, bajo dominio de éste egoísta y resentido embrujo del cual son presos. Como en el caso del visionario del pueblo, capaz de sacrificar la felicidad y destino de su propia hija a favor de los poderosos dioses que lo guían, en nombre de sus propios intereses camuflados. Dispuesto a arriesgarlo todo, cruzando destinos opuestos, ganándose el título de traidor, ese que otorga el relacionarse con sus enemigos más públicos, más íntimos y frontales, el visionario parece no ver (o no querer ver) las consecuencias de sus actos pintados en el pálido lienzo del futuro.
            El amor puede convertirse también en algo así como una criatura envidiosa, que engendra dentro de sí mismo, retroalimentándose, una envidia más violenta aún que puede expandirse sin límites. “Quien tanto poder había tenido sobre su voluntad, para dominar su corazón, con una mirada, su corazón se prendió fuego.” Y envuelto en ese fuego eterno el corazón de Troilo ardió infelizmente hasta consumirse, por aquélla hermosa dama que “se asemejaba a un ser inmortal, tal como una criatura celestial perfecta que fuera enviada para burlarse de la naturaleza.” Eligiendo ser el artífice de su propio destino, causando su propia desfortuna, Troilo se convierte en un esclavo más del maldito amor, manteniéndolo éste en la desdicha. Su discurso y sus preguntas, sus pensamientos y sus actitudes despiertan la envidia en los dioses del amor, que buscan vengarse para calmar su enojo envidioso.
Un aparente amor mutuo jura fidelidad y constancia. “Tampoco desobedeceré tus mandatos, y si lo hago, estando tu presente o ausente, por amor de dios, mátame con la acción si eso requiere tu femineidad” – Exigía Troilo en sus ahogadas y penosas palabras. En la voz de un narrador a veces camuflado, Chaucer, se adelanta a su tiempo, siendo un defensor de la soberanía de la mujer sobre sus hombres. No nos olvidemos que estamos hablando de las mujeres de mediados de 1380. Así es retratado Troilo, bajo la pluma de Chaucer, reconocedor subyugado ante la soberanía que ejerce sobre él la femineidad de su amada Crésida y su amor avasallante. Y como dijera Pándaro, envidioso y ambicioso tío de Crésida, “ningún hombre podrá ser íntimamente feliz, creo, si nunca ha estado en pena o dificultades.”
El amor clandestino es interrumpido por el día que se aproxima cargado de envidia y los amantes apenados deben separarse. Un pacto de amor exagerado marcado por el fuego de sentimientos frenéticos, exacerbados. En su pena y pesar, Troilo maldice y dispara contra toda envidia ajena, contra todo el o lo que la posea, que le causa tanto sufrimiento. Con las lágrimas de sangre de su corazón derritiéndose, Troilo demanda “guardar el mañana” al envidioso día cruel y a los envidiosos dioses, que juegan a tirar dados estableciendo destinos fortuitos; y deseoso de poder atar la noche a su hemisferio, para ocultarse, con su amor, bajo el refugio de su negrura insondable, se marcha prometiéndole a Crésida: “ya que el deseo en éste instante me muerde tanto que ya estoy muriendo, pero regresaré.” Y así lo cumple, después de haber cumplido su fatal destino truncado, Troilo, en la viva voz de su espíritu,  nos deja pensando en lo absurdo de la vida, porque puede que “el suceder de las cosas sabidas de antemano ciertamente sea necesario”. En este “triste poema que llora a medida que lo escriben”, para el autor y narrador de ésta historia, que como el dios del amor, “dispone mediante sus leyes, que los méritos verdaderamente sean, los que vengan por predestinación”, supone “que todas y cada una de las cosas que sucedieron alguna vez y sucederán han sido causa de la misma soberana providencia que sabe todo de antemano sin ignorancia.” El autor nos asegura que cuando sabe “que algo sucederá, deberá suceder y así el suceder de cosas que han sido sabidas antes de suceder, no pueden ser evitadas de ningún modo.”

 Por: Roxana Contreras.

Artículo publicado en la edición nº 18 de la revista literaria “Granite and Rainbow”.