Londres, Inglaterra,
siglo XIV. Siguiendo el rastro que destila la pluma de Geoffrey Chaucer a
través de los tiempos, nos adentramos en “Troilo y Crésida” para palpitar junto
a sus personajes una historia envuelta en el fuego de una pasión eterna.
Me gusta imaginar la
sensación de cómo sería viajar a través del tiempo. Ser una eterna pasajera en
constante movimiento, sumergida en esa abismal travesía. No física, pero sí
mentalmente, suelo transportarme en las alas de la imaginación hacia diversos
tiempos y lugares. Imaginar cómo sería haber estado allí, en ese lugar, en esos
momentos, en ese determinado período de
tiempo, pasado pero aún real. En éste momento, viajo a través de la lectura de
“Troilo y Crésida”, a través de las palabras de quien se convirtiera en “el
padre de la lengua inglesa moderna”, al demostrar a través de sus escrituras la
legitimidad artística de dicho lenguaje, en una época donde todavía
prevalecían, en su ciudad, el uso del Latín y el Francés. Su lectura me
transporta exactamente al año 1385, al Londres de la Inglaterra medieval del
siglo XIV. Imagino al “padre de la
poesía inglesa” desempeñando sus tareas, en su puesto de controlador de aduanas
del puerto de Londres, asaltado por la luminosidad de la inspiración que le dio
el impulso de comenzar a sumergirse en la creación de una de sus obras más
importantes, no sólo por su calidad literaria, sino también por sus personajes
y su manera de retratar, a través de ellos,
a las personas reales de clase media, que lo rodeaban y que habitaron
junto con él, aquéllas tierras en épocas medievales.
Mujeres que prometen
reservar su amor eterno, un amor que sin querer se distrae y fácilmente pierde
su camino, y así su bienaventurado destino. Mujeres encerradas entre las
paredes de su propia rutina. Una rutina que fue cambiando con los años. Mujeres
y rutinas custodiadas por las febriles y celosas miradas masculinas, que se
creen capaces de maniobrar todo asunto a su libre antojo, bajos sus propios
intereses, sin notar que algo se les puede ir de las manos. Antes como ahora,
ayer como hoy, una eterna pasión, que bien podría ser actual, se reitera
infinitamente formando y retroalimentando su propio círculo vicioso. Hombres y
mujeres, como los de hoy en día, o como los de ayer, enfrentándose a sus
sentimientos más pasionales, aquéllos que los desbordan y los hacen víctimas de
sus propios actos, con o sin arrepentimientos. En la lectura de “Troilo y
Crésida” vamos a encontrar hombres y mujeres, como los de hoy, como los de ayer
y como los de más allá a lo lejos, personas reales convertidas en personajes
principales de una trama enredada bajo la mágica pluma de Chaucer, esa que es
capaz de transportarte a un tiempo hacia otros espacios, como si uno estuviera
ahí mismo, viviendo en carne propia lo que Chaucer nos relata, como un
personaje más, un espectador extra en el trasfondo de esta atormentada
historia.
Personajes
pertenecientes a la mitología griega que
emergen y se transforman bajo la pluma de quien los escribe y retrata,
cambiándoles parte de su historia o destino final. “Troilo y Crésida”, de la
mano de Geoffrey Chaucer (Londres, 1340/43-1400), fue considerada como la
primer “novela” inglesa, no sólo por su extensión, sino también por la complejidad
de la trama que plantea ésta trágica historia y el tratamiento que reciben sus
protagonistas, a través del cual podemos percibir y entender las diferentes
psicologías de las que están compuestos dichos personajes. Ésta es una historia
que, hoy en día, puede estar abandonada en un rincón del olvido para algunos, o
siendo desconocida para el que todavía no la haya leído, es como una de esas
cosas, que según Chaucer, está por venir, y todo lo que está por venir, viene
por necesidad y figura en el mapa del destino su eventual advenimiento. Todo lo que está por venir, tiene que ser, por el solo hecho de ser necesaria
su existencia o llegada.
Esta historia no puede
quedar en la postergación, ni oculta tras el polvo del olvido en un cajón
añejado, vale la pena sumergirse y deleitarse con las palabras de Chaucer, el
poeta inglés más importante de la Edad Media, quien realizó un gran aporte al
desarrollo del idioma inglés y con la calidad literaria de sus obras, afianzó
las bases de la literatura inglesa. Palabras que lo invitan a uno a viajar, a
rescatar del olvido y reconstruir viejos mundos olvidados y deshechos, que sólo
se pueden presenciar, tan singularmente, en la propia imaginación. Chaucer, con
sus palabras, teje un puente que nos transporta, situándonos en un trasfondo de
guerra. Troya. Los Griegos invaden la antigua
ciudad de Troya, pronto a ser destruida, según el profético visionario
Troyano Calchas, padre de la bella Crésida.
A lo largo de la
historia, narrada en forma de extenso poema, afloran sentimientos que se
transforman en piedras, piedras en el camino que condimentan la trama. El deseo
deshonesto, la tristeza o irritación, producidos en diferentes personajes, por
el deseo de la felicidad ajena, el deseo de poseer lo que no se tiene. La envidia,
ese sentimiento tan vil, que embriaga y
nutre a la vez, a diferentes personajes, en ésta desdichada historia, causado
por variados motivos que en el fondo son una misma causa. La envidia toma a sus
prisioneros, quienes poseídos por éste pecado, parecieran no controlar su
propio obrar, dejándose llevar por una fuerza superior que los impulsa a
actuar, bajo dominio de éste egoísta y resentido embrujo del cual son presos. Como
en el caso del visionario del pueblo, capaz de sacrificar la felicidad y destino
de su propia hija a favor de los poderosos dioses que lo guían, en nombre de
sus propios intereses camuflados. Dispuesto a arriesgarlo todo, cruzando
destinos opuestos, ganándose el título de traidor, ese que otorga el
relacionarse con sus enemigos más públicos, más íntimos y frontales, el
visionario parece no ver (o no querer ver) las consecuencias de sus actos pintados
en el pálido lienzo del futuro.
El amor puede convertirse también en algo así como una
criatura envidiosa, que engendra dentro de sí mismo, retroalimentándose, una
envidia más violenta aún que puede expandirse sin límites. “Quien tanto poder
había tenido sobre su voluntad, para dominar su corazón, con una mirada, su
corazón se prendió fuego.” Y envuelto en ese fuego eterno el corazón de Troilo
ardió infelizmente hasta consumirse, por aquélla hermosa dama que “se asemejaba
a un ser inmortal, tal como una criatura celestial perfecta que fuera enviada
para burlarse de la naturaleza.” Eligiendo ser el artífice de su propio
destino, causando su propia desfortuna, Troilo se convierte en un esclavo más
del maldito amor, manteniéndolo éste en la desdicha. Su discurso y sus
preguntas, sus pensamientos y sus actitudes despiertan la envidia en los dioses
del amor, que buscan vengarse para calmar su enojo envidioso.
Un aparente amor mutuo
jura fidelidad y constancia. “Tampoco desobedeceré tus mandatos, y si lo hago,
estando tu presente o ausente, por amor de dios, mátame con la acción si eso
requiere tu femineidad” – Exigía Troilo en sus ahogadas y penosas palabras. En
la voz de un narrador a veces camuflado, Chaucer, se adelanta a su tiempo,
siendo un defensor de la soberanía de la mujer sobre sus hombres. No nos
olvidemos que estamos hablando de las mujeres de mediados de 1380. Así es
retratado Troilo, bajo la pluma de Chaucer, reconocedor subyugado ante la
soberanía que ejerce sobre él la femineidad de su amada Crésida y su amor
avasallante. Y como dijera Pándaro, envidioso y ambicioso tío de Crésida,
“ningún hombre podrá ser íntimamente feliz, creo, si nunca ha estado en pena o
dificultades.”
El amor clandestino es
interrumpido por el día que se aproxima cargado de envidia y los amantes
apenados deben separarse. Un pacto de amor exagerado marcado por el fuego de
sentimientos frenéticos, exacerbados. En su pena y pesar, Troilo maldice y
dispara contra toda envidia ajena, contra todo el o lo que la posea, que le
causa tanto sufrimiento. Con las lágrimas de sangre de su corazón
derritiéndose, Troilo demanda “guardar el mañana” al envidioso día cruel y a
los envidiosos dioses, que juegan a tirar dados estableciendo destinos
fortuitos; y deseoso de poder atar la noche a su hemisferio, para ocultarse,
con su amor, bajo el refugio de su negrura insondable, se marcha prometiéndole
a Crésida: “ya que el deseo en éste instante me muerde tanto que ya estoy
muriendo, pero regresaré.” Y así lo cumple, después de haber cumplido su fatal
destino truncado, Troilo, en la viva voz de su espíritu, nos deja pensando en lo absurdo de la vida,
porque puede que “el suceder de las cosas sabidas de antemano ciertamente sea
necesario”. En este “triste poema que llora a medida que lo escriben”, para el
autor y narrador de ésta historia, que como el dios del amor, “dispone mediante
sus leyes, que los méritos verdaderamente sean, los que vengan por
predestinación”, supone “que todas y cada una de las cosas que sucedieron
alguna vez y sucederán han sido causa de la misma soberana providencia que sabe
todo de antemano sin ignorancia.” El autor nos asegura que cuando sabe “que
algo sucederá, deberá suceder y así el suceder de cosas que han sido sabidas
antes de suceder, no pueden ser evitadas de ningún modo.”
Por: Roxana Contreras.
Artículo publicado en la
edición nº 18 de la revista literaria “Granite and Rainbow”.