El
Diario de Ana Frank
Por Roxana
Contreras
Holanda durante la
Segunda Guerra Mundial y un “anexo” secreto. Entre un grupo de ocho refugiados
judíos, la joven Ana y su experiencia de vida.
Ana era una chica con
la que solo unos pocos nos podemos sentir identificados. Una niña que se libró
de lleno a una lucha interior y peleó consigo misma para llegar a ser cómo ella
quería ser, siempre sin perder de vista su objetivo y teniendo bien en claro
sus elecciones. A Ana le tocó vivir en una época oscura y terrible de la
historia de la humanidad, como a millones de personas. Una época amarga que de
a poco fue arrebatando y destruyendo tantos sueños e ilusiones. Tuvo que reunir
mucho valor para enfrentarse a lo que todavía no conocía del todo, y demostró
ser un verdadero ejemplo de fortaleza y razonamiento.
De un día para el otro,
sus días soleados rodeada de amistades y afectos, en la escuela y en la calle,
su familia y su acogedor hogar, sus salidas, sus divertimentos y sobretodo su
adorada libertad, se terminaron. Todo fue cambiando. Ciertas situaciones y el
enfrentarse a ellas, hacen cambiar a las personas. El entorno, a veces, nos
convierte en algo que no deseamos, simplemente nos transforma, para bien o para
mal. Ana dejó de ser, a través de su experiencia personal, la chiquilla risueña
y charlatana, a la que su profesor de matemáticas, en la escuela primaria, la
mandaba a escribir composiciones sobre “una parlanchina incorregible”, como
castigo por hablar mucho en clase. Profesor que luego se limitaba a bromear
sobre sus “eternas charlas”. En un tiempo en donde la “libertad estaba
estrictamente limitada”, Ana se convirtió, poco a poco, en una niña con “la
cabeza llena de cosas tristes”. En su encierro, Ana se volvió un ser sumamente
razonable. Porque allí había que serlo siempre. “Hay que aprender a escuchar, a
callar, a ser amable, a ayudar y a quién sabe qué más.” “Temo que abusan de mi
cerebro ya de por si poco brillante, y que no quedará nada de él después de la
guerra”- Se decía para sus adentros.
Era sobretodo el
silencio lo que la crispaba, por la tarde y por la noche. No podía expresar la
opresión que experimentaba por el hecho de no salir nunca y tenía muchísimo
miedo de que fueran descubiertos y fusilados. Ana pudo presagiar su destino
final y el de su familia, aunque no quería verlo, y nunca hubiera querido que
eso sucediera, porque ella aún conservaba su nítida esperanza, la esperanza de
ver sus anhelos realizados. “A veces pienso que Dios quiere ponerme a prueba,
no sólo ahora, sino también más tarde, lo principal es mejorar por mi propio
esfuerzo, sin ejemplos ni sermones, para después ser más fuerte.”
Ante lo atroz de la
vida, Ana era la niña que pensaba que “podríamos cerrar los ojos ante toda esa
miseria, pero pensamos en aquellos que queremos, temiendo por su suerte, sin
poder socorrerlos.” Con los ojos y la conciencia bien abiertos hacia la
realidad, soportando golpe tras golpe, horrendas noticias unas tras otras, o
solo el asomarse a una ventana, para contemplar hasta que punto llega la
adversidad humana. Ana no cierra sus ojos ante la realidad, pero no pierde la
esperanza, de que todo cambie y la guerra termine pronto. Busca llenar sus
días, distrayéndose, haciendo sus quehaceres cotidianos, leyendo y estudiando,
pensando a veces que “las personas libres jamás podrán concebir lo que los
libros significan para quienes vivimos encerrados”, en un mundo donde “leer,
aprender y la radio es toda nuestra distracción” para llenar el tiempo. Para
escapar de la atroz angustia que a veces, de golpe, la invadía, Ana se
recostaba en el diván “para que el sueño acorte el tiempo, el silencio y la
terrible angustia.” Porque “no queda otro remedio.”
Ana, la chica que temía
porque el entorno destruyera su cerebro, que odiaba que los demás se pelearan
por naderías, y prefería evitar cualquier discusión, era la misma que
avasallada por la situación, se deshacía en lágrimas por las noches en soledad.
Cansada de ser el blanco de todos los sermones, sabía reflexionar mejor que
todos los adultos que la rodeaban, y se mostraba, para sus adentros, sabía en
sus convicciones. A veces callaba, ocultando sus ideales ante los ojos de sus
padres sabiendo que ellos no la comprenderían. Se preguntaba si “habrá padres capaces
de satisfacer enteramente a sus hijos?”, observando el trato que sus padres
tenían para con ella y su hermana, y el de los padres de su adorado amigo Peter
para con él. Aprendiendo a lidiar con las adversidades de la vida, superando
las pruebas difíciles, ella mejor que nadie se conocía a sí misma, reconocía
sus defectos, como así también sus virtudes, y ella sabía mejor que nadie,
cuanto empeño ponía en corregir sus errores y defectos, por cambiarlos y
convertirlos en virtudes, porque ella misma también sabía que “no es nada fácil
ser la figura central de todos los defectos en una familia hipercrítica”. Ana
era la niña que se refugiaba mirando los
árboles, el cielo y las estrellas, se refugiaba en la Naturaleza, porque era
allí donde encontraba un inigualable consuelo y en donde su esperanza también
se resguardaba, porque a pesar de todo, ella intentaba no ver la miseria que
había “sino la belleza que aún queda”.
Aparte de encontrar
refugio en la Naturaleza, en sus afectos y en sus nobles sentimientos, Ana se
refugiaba en su diario. Allí dejó plasmado todos sus pensamientos y
sentimientos, todas sus ideas e ideales, para más tarde darlos a conocer a todo
el mundo, sin siquiera ella saberlo. Soñaba con llegar a ser periodista o
célebre escritora, no quería ser una simple ama de casa, quería escribir, una
vez que la guerra terminara, una novela sobre el anexo. Temas e ideas no le
faltaban. Dejó sobrada muestra de su talento innato para la escritura, para la
reflexión, y para informar e informarse sobre la situación actual política,
económica y social de su país y alrededores. Aún así sentía que todavía tenía
mucho por aprender y hacer, y se dormía con “esa sensación extraña de querer
ser diferente de cómo soy, o de no ser como yo quiero o de proceder tal vez de
manera distinta a como querría ser o como realmente soy.” Intentando mejorar
todos sus aspectos negativos, Ana nunca dejó de refugiarse, en sus afectos, en
la naturaleza, en su diario y su escritura. Porque al escribir se olvidaba de
todo, sus penas desaparecían y su valor renacía. Agradecía a Dios por su don de
poder escribir y expresar lo que pasaba dentro de ella, y se preguntaba si
algún día sería capaz de escribir algo perdurable, pero tenía la certeza
interior de que sí, algún día lo lograría, porque lo deseaba ardientemente y
porque al escribir captaba sus
pensamientos, ideales y fantasías perfectamente. Quiso el destino que el
mundo conociera su legado, y hoy podamos leer su diario, donde podemos conocer
su experiencia, su palabra, su talento y donde la vemos y conocemos, como ella
quería, así tal cual era, con sus defectos y virtudes, y nos deje una huella
marcada, y así siga a través de nosotros, cada uno de sus lectores, “tratando
de buscar la manera de llegar a ser aquella que tanto querría ser, aquella que
podría ser, sino hubiera otras personas en el mundo.”
* Artículo publicado en la edición nº 23 de la
revista literaria Granite and Rainbow.